Parte de este titulo se lo copie a mi amigo Esteban Valenzuela, ya que me pareció acertadísimo. Cuando recordamos los años de colegios, a muchos se les aparece las largas horas de clases, esa lata que nos gobernaba mientras mirábamos cansados el pizarrón. Horas escuchando sin poder agregar mucho, las manos cansadas de copiar el largo dictado de la profe de Biología.
Por lo general tenemos una resignación instalada en las salas de clases chilenas: pensamos que tendremos mejor educación en la medida que más conocimiento le entreguemos a los alumnos, mientras más horas frente al pizarrón, mientras más horas de dictado y más memorización logremos.
Sin embargo, mas que educar o aprender, lo único que producimos es la enfermedad crónica de la “Bulimia Académica”. Claro, los estudiantes memorizan como si el conocimiento se pudiera comer y luego lo vomitan exactamente igual al momento de responder en una prueba.
Lamentablemente estamos acostumbrados a creer que las buenas notas son signo de “éxito”. De esta manera las malas notas son sinónimo de “fracaso seguro en el futuro”. Esto debela nuestra ceguera en torno a la pregunta ¿En qué consiste educar?
Tema extenso que no tocare en este articulo.
Por otro lado, el movimiento secundario fue un reacción contra la lata, contra esa educación añeja que no entiende el futuro, esa educación que nos deja obsoletos rápidamente. También manifestó la profunda insatisfacción con esa educación de clase y tremendamente desigual.
En el mundo y el momento histórico que nos toca vivir, para bien y para mal, necesitamos una educación del siglo XXI. Ofrezco aquí algunas reflexiones contra la lata.
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